VOCES MUDAS: EL REALISMO MÁGICO DE LILIÁN PALLARES
Por PEDRO GARCÍA CUETO
Llega este libro lleno de sensualidad, este libro que derrocha el ritmo de la poesía trenzada con el entusiasmo de una música interior que nos desarma, que nos hace paladear las palabras de esta poeta colombiana.
Lilián Pallares nació en Barranquilla, Colombia, en 1976. Es comunicadora audiovisual y periodista. En 1999 ganó en Barranquilla el concurso de Poesía inédita de la Universidad del Norte. En el año 2007 aparecen sus relatos: “Reflexiones del Vaivén”, organizado por la revista Toumai. Antes de estas Voces Mudas apareció su libro Ciudad Sonámbula –crónicas y relatos de calle, publicados en el año 2010.
El libro que acaba de aparecer demuestra lo que la poeta colombiana había ido dejando en la mirada de los lectores de su poesía, la visión de la poesía con ritmo, la sensualidad de unos poemas que se desangran para ofrecernos el alto vuelo de una mujer emotiva, entregada a la vida, al deseo de amar con intensidad cada instante.
Como dice muy acertadamente Santiago Tena en el prólogo al libro la poesía de Lilián es un túnel donde la vemos moverse, sentir, rasgarse, desnudarse, en cada verso está la mujer transparente que no oculta nada, que escribe al ritmo de la música que late, como un volcán en su interior, dice Tena en el prólogo: “Entrar aquí es entrar en la fuerza inocente y arrasadora de esta poeta que nos toma de la mano y en cada letra se da ritmo y vida y gozo en la palabra y en lo íntimo”.
Tiene razón Santiago Tena, es una poesía que nos lleva, que nos adormece o nos despierta, según sea el poema y su temperatura, es una poesía que nos invita a bailar y a mirar lo mucho que hay dentro de la mujer sensual y emotiva que ha ido dejando su piel en conciertos y en tantos momentos de intensa vida.
Del libro podemos sentir el peso del realismo mágico que late en esta poeta, cuyo abuelo fue un importante referente, el cual le enseñó la literatura mágica, la oralidad del relato, transmitido desde siglos y que vive en narradores como Miguel Ángel Asturias en Hombres de maíz o en Alejo Carpentier en El reino de este mundo.
En esta literatura onírica late el espejismo de los hombres que no existen, la mirada de seres que nos contemplan mientras podemos sentir el arañazo en la piel, sin que podamos tocarlos, como si se adentrasen en nosotros para siempre. Así es también el poema “Cabellos de luna” de la poeta colombiana cuando dice al final del poema como conclusión a esos cabellos que sintetizan la música con la poesía y con la vida: “Son cabellos con secretos dionisiacos, ondulantes y / noctámbulos. / Cabellos solitarios, de música triste y melancólica fotografía. / Cabellos de barro, ceniza y semilla”.
El barro por el apego a la tierra, la ceniza por ser persona mortal, la semilla por ir creciendo, porque en la mirada de Lilian la poesía germina como la vida, cada paso la adentra en el otro ser, cada verso es una aventura de conocimiento.
La sensualidad de Lilian, poderosa, está en “Carne en el asador”, perteneciente a La voz palpitante, segundo apartado del libro, donde dice, como si fuese una mujer que pudiese ser devorada en el acto de crear, una mujer que se compone y se descompone en cada ejercicio vital, lo que sigue: “Rojo es el instinto y la lengua. / Roja es la carne de tus dientes. / Mastica, / mastícala, / mastícate, que eres carne viva”.
La llama del deseo se cumple, la posibilidad de que el cuerpo nos adentre en el verdadero conocimiento como el sabor de la fruta cuando la paladeamos lentamente, mujer corpórea, que incendia todo cuando ama.
Pero también está la mujer que no habla, la que enmudece ante el dolor, la que, tras el éxtasis amoroso, contempla, tras el fogonazo de la pasión, nuestra incertidumbre vital, lo dice muy bien en el apartado titulado Voces ahogadas, cuando lo expresa en el poema “Voces mudas”, cuando dice: “En mi cuerpo reposan memorias de mujeres que no callan, / luchas con verso y rabia, / ideales que se derraman de nostalgias”.
La mujer como sedimento de otras, la mujer como herencia de tantas que han pasado por el mundo, pálpitos incendiarios, mujeres de peso, llenas de energía y luz interior. La mirada de Lilián rebosa su propio ser, se extiende, como un eco, al pasado y, me atrevería a decir, al futuro.
Y la mujer etérea, la que cumple el rito de amanecer, la que lleva a otras en su interior, la que se proyecta en el pasado y hacia el futuro, como decía antes, aparece en la última parte del libro La voz eterna, cuando dice en el poema “Pluma caída”, como si Lilian fuese también aire, algo evanescente que pudiese volar por encima de nosotros, sin cuerpo, pero presente en nuestro interior, como los seres de hombres de maíz paseaban por nuestra mirada en el libro luminoso de Miguel Ángel Asturias:
“Se traspasa el aire al ojo inconcluso. / Las pestañas cierran el telón de azufre / y el párpado es la pluma que hace liviano al sueño / que no gime”.
Para terminar diciendo: “Le pregunto: ¿Dónde están mis sueños? / … En el aire”.
Así es el libro, pura transparencia de una mujer que destapa sus velos, para ser todo, barro (tierra) aire (etérea) y ritmo (la música que lleva dentro donde gritan las mujeres del pasado y las del futuro). Poesía para saborear, como la fruta cuando estalla en nuestra boca, porque Lilian sabe transmitir su herencia de mujer, su literatura oral y su capacidad de hacernos bailar o adormecernos como los narradores de ese realismo mágico que aún vive entre las lecturas inolvidables de mis años de lector apasionado por el lenguaje verdadero.
Pedro García Cueto (Madrid, 1968)- Doctor en Filología Hispánica por la UNED, profesor de Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid en Lengua Castellana y Literatura. Autor de los siguientes libros: La obra en prosa de Juan Gil-Albert, editado por la Institución Alfonso el Magnánimo en el año 2009 y El universo poético de Juan Gil-Albert, editado por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert de Alicante en el año 2009. Ha publicado, a su vez, diversos artículos literarios en revistas como Cuadernos del Matemático, República de las Letras y el Mono-Gráfico de Valencia.
© Pedro García Cueto 2011
Llega este libro lleno de sensualidad, este libro que derrocha el ritmo de la poesía trenzada con el entusiasmo de una música interior que nos desarma, que nos hace paladear las palabras de esta poeta colombiana.
Lilián Pallares nació en Barranquilla, Colombia, en 1976. Es comunicadora audiovisual y periodista. En 1999 ganó en Barranquilla el concurso de Poesía inédita de la Universidad del Norte. En el año 2007 aparecen sus relatos: “Reflexiones del Vaivén”, organizado por la revista Toumai. Antes de estas Voces Mudas apareció su libro Ciudad Sonámbula –crónicas y relatos de calle, publicados en el año 2010.
El libro que acaba de aparecer demuestra lo que la poeta colombiana había ido dejando en la mirada de los lectores de su poesía, la visión de la poesía con ritmo, la sensualidad de unos poemas que se desangran para ofrecernos el alto vuelo de una mujer emotiva, entregada a la vida, al deseo de amar con intensidad cada instante.
Como dice muy acertadamente Santiago Tena en el prólogo al libro la poesía de Lilián es un túnel donde la vemos moverse, sentir, rasgarse, desnudarse, en cada verso está la mujer transparente que no oculta nada, que escribe al ritmo de la música que late, como un volcán en su interior, dice Tena en el prólogo: “Entrar aquí es entrar en la fuerza inocente y arrasadora de esta poeta que nos toma de la mano y en cada letra se da ritmo y vida y gozo en la palabra y en lo íntimo”.
Tiene razón Santiago Tena, es una poesía que nos lleva, que nos adormece o nos despierta, según sea el poema y su temperatura, es una poesía que nos invita a bailar y a mirar lo mucho que hay dentro de la mujer sensual y emotiva que ha ido dejando su piel en conciertos y en tantos momentos de intensa vida.
Del libro podemos sentir el peso del realismo mágico que late en esta poeta, cuyo abuelo fue un importante referente, el cual le enseñó la literatura mágica, la oralidad del relato, transmitido desde siglos y que vive en narradores como Miguel Ángel Asturias en Hombres de maíz o en Alejo Carpentier en El reino de este mundo.
En esta literatura onírica late el espejismo de los hombres que no existen, la mirada de seres que nos contemplan mientras podemos sentir el arañazo en la piel, sin que podamos tocarlos, como si se adentrasen en nosotros para siempre. Así es también el poema “Cabellos de luna” de la poeta colombiana cuando dice al final del poema como conclusión a esos cabellos que sintetizan la música con la poesía y con la vida: “Son cabellos con secretos dionisiacos, ondulantes y / noctámbulos. / Cabellos solitarios, de música triste y melancólica fotografía. / Cabellos de barro, ceniza y semilla”.
El barro por el apego a la tierra, la ceniza por ser persona mortal, la semilla por ir creciendo, porque en la mirada de Lilian la poesía germina como la vida, cada paso la adentra en el otro ser, cada verso es una aventura de conocimiento.
La sensualidad de Lilian, poderosa, está en “Carne en el asador”, perteneciente a La voz palpitante, segundo apartado del libro, donde dice, como si fuese una mujer que pudiese ser devorada en el acto de crear, una mujer que se compone y se descompone en cada ejercicio vital, lo que sigue: “Rojo es el instinto y la lengua. / Roja es la carne de tus dientes. / Mastica, / mastícala, / mastícate, que eres carne viva”.
La llama del deseo se cumple, la posibilidad de que el cuerpo nos adentre en el verdadero conocimiento como el sabor de la fruta cuando la paladeamos lentamente, mujer corpórea, que incendia todo cuando ama.
Pero también está la mujer que no habla, la que enmudece ante el dolor, la que, tras el éxtasis amoroso, contempla, tras el fogonazo de la pasión, nuestra incertidumbre vital, lo dice muy bien en el apartado titulado Voces ahogadas, cuando lo expresa en el poema “Voces mudas”, cuando dice: “En mi cuerpo reposan memorias de mujeres que no callan, / luchas con verso y rabia, / ideales que se derraman de nostalgias”.
La mujer como sedimento de otras, la mujer como herencia de tantas que han pasado por el mundo, pálpitos incendiarios, mujeres de peso, llenas de energía y luz interior. La mirada de Lilián rebosa su propio ser, se extiende, como un eco, al pasado y, me atrevería a decir, al futuro.
Y la mujer etérea, la que cumple el rito de amanecer, la que lleva a otras en su interior, la que se proyecta en el pasado y hacia el futuro, como decía antes, aparece en la última parte del libro La voz eterna, cuando dice en el poema “Pluma caída”, como si Lilian fuese también aire, algo evanescente que pudiese volar por encima de nosotros, sin cuerpo, pero presente en nuestro interior, como los seres de hombres de maíz paseaban por nuestra mirada en el libro luminoso de Miguel Ángel Asturias:
“Se traspasa el aire al ojo inconcluso. / Las pestañas cierran el telón de azufre / y el párpado es la pluma que hace liviano al sueño / que no gime”.
Para terminar diciendo: “Le pregunto: ¿Dónde están mis sueños? / … En el aire”.
Así es el libro, pura transparencia de una mujer que destapa sus velos, para ser todo, barro (tierra) aire (etérea) y ritmo (la música que lleva dentro donde gritan las mujeres del pasado y las del futuro). Poesía para saborear, como la fruta cuando estalla en nuestra boca, porque Lilian sabe transmitir su herencia de mujer, su literatura oral y su capacidad de hacernos bailar o adormecernos como los narradores de ese realismo mágico que aún vive entre las lecturas inolvidables de mis años de lector apasionado por el lenguaje verdadero.
Pedro García Cueto (Madrid, 1968)- Doctor en Filología Hispánica por la UNED, profesor de Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid en Lengua Castellana y Literatura. Autor de los siguientes libros: La obra en prosa de Juan Gil-Albert, editado por la Institución Alfonso el Magnánimo en el año 2009 y El universo poético de Juan Gil-Albert, editado por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert de Alicante en el año 2009. Ha publicado, a su vez, diversos artículos literarios en revistas como Cuadernos del Matemático, República de las Letras y el Mono-Gráfico de Valencia.
© Pedro García Cueto 2011